El puente romano

El puente romano
Puentes medievales
Contenido disponible: Texto GEA 2000

Durante la Edad Media, la construcción de puentes planteaba graves problemas económicos y técnicos. Muchos de los puentes romanos se habían arruinado; donde fue posible, se recurrió al aprovechamiento de los vados naturales existentes; cuando el caudal del río era muy grande, se utilizaron barcas, de cuya explotación se beneficiaban los concejos , Órdenes Militares o los tenentes del señorío . En otras ocasiones, se construyeron puentes de madera, más baratos y fáciles de defender. De todo ello se conservan noticias en la documentación escrita de la época (por ejemplo, el puente de barcas de Monzón, explotado a medias entre los templarios y los vecinos) o bien se conoce por la documentación gráfica posterior (así, grabados y dibujos de los puentes de madera en Fraga y en Zaragoza).
Los puentes de fábrica son los únicos que han perdurado hasta nuestros días. Su conocimiento y estudio se plantean desde dos puntos de vista: arqueológico e histórico.
Los puentes medievales (naturalmente, no sólo los aragoneses) suelen caracterizarse por un perfil fuertemente alomado, es decir, una marcada pendiente a ambos lados, motivada por el uso del arco apuntado; cuando hay apoyos laterales naturales, el arco es de medio punto, resultando un perfil horizontal (puentes sobre tajos profundos). También están presentes en esta tipología los arcos irregulares, rebajados o escarzanos, a veces construidos deliberadamente, otras son precisamente el fruto de una obra defectuosa. En general, puede decirse que las calzadas son muy estrechas, especialmente en comparación con la amplitud de las romanas ; para facilitar los cruces de vehículos o caballerías, se construyen apartaderos sobre los machones. Con la finalidad de disminuir el peso de la obra, arquillos de aligeramiento perforan las pilas o los estribos, facilitando así el desagüe en las avenidas. Las pilas suelen tener adosados tajamares de sección triangular que normalmente sobrepasan la línea de la clave. Las luces de los arcos no son muy grandes, éstos tienden a ser autoportantes, es decir, a mantenerse en pie por sí mismos. Es frecuente la presencia de construcciones anejas de tipo defensivo (torres, parapetos...), religioso (capillas, cruces...) o comerciales (tiendas, molinos, casas...). En cualquier caso, hay que hacer notar que la técnica constructiva de los puentes tiene una perduración cronológica muy amplia. Por otra parte, al tratarse de obras de uso continuo, sufren reedificaciones que pueden insertarse de modo poco claro en la obra original. En resumen, salvo los casos que se pueden datar por medio de fuentes auxiliares (textos, inscripciones, etc.), o los que son verdaderamente arquetípicos, resulta bastante difícil diferenciar categóricamente un puente medieval de otro romano.
En Aragón, podemos distinguir dos etapas en la construcción de puentes. La primera se corresponde aproximadamente con la cronología del arte románico ; en esos momentos, es la corriente de peregrinación que conforma el Camino de Santiago lo que fundamentalmente impulsa, como obra de caridad, a la construcción de puentes en el Aragón primitivo. En este sentido, es muy significativo el hecho de que ya los primeros reyes de nuestra tierra mostrasen su preocupación por este tema: en los testamentos de Ramiro I se encomienda expresamente la reconstrucción del puente de Cacaviello (Triste), hoy bajo las aguas del pantano de La Peña . A partir de entonces, los reyes de Aragón se ocuparán de todos los asuntos relativos a los puentes, evidenciando con ello la vertiente que éstos tienen de obra pública, al servicio del bien común.
La arquitectura gótica desarrolló una técnica adecuada para resolver los problemas que plantea el trazado de un puente, especialmente en lo concerniente a los arcos, algunos de audaz diseño. Se sigue manteniendo la estrechez de la calzada. Entre los numerosos puentes góticos aragoneses, es obligado citar el de piedra de Zaragoza (cuya obra se termina a fines del siglo XV), los magníficos ejemplares oscenses de Capella y San Miguel de Jaca y el turolense de Valderrobres .
Los puentes mantienen en la Edad Media un carácter religioso, que es herencia romana, y que se plasma tanto en la preocupación que la Iglesia muestra por ellos, cuanto en considerar su construcción como obra piadosa, son a menudo santificados y colocados bajo advocaciones salvíficas; a su alrededor se tejen múltiples leyendas.
Los puentes importantes exigían una administración compleja. Normalmente se cobraba por su uso un impuesto, el denominado pontaje. Algunos llegaron a constituirse como figuras jurídicas con entidad propia, capaces de poseer bienes, contratar, etc.

Puentes Romanos. Una de las características fundamentales de los puentes romanos es su cuidada construcción en orden a alcanzar una mejor solidez. Quizá sea éste el motivo por el que nos han quedado tantos ejemplares, unido a la necesidad que siempre hubo de estas fábricas, lo que hizo que fueran reparadas con tanta frecuencia como hiciera falta. De todas formas, las características de cada obra deben establecerse en función de la misma, debiendo considerar que cada puente es el resultado de la resolución de un problema en el que deben tenerse en cuenta varios factores: las necesidades que se desprenden del propio río, las del tránsito, las posibilidades edilicias y económicas que existían en el momento de la construcción, los determinismos que impone el relieve, la composición de los suelos, siempre determinante de las formas de cimentación, etc.
A grandes rasgos, podemos decir que en el territorio aragonés no existen en la actualidad vestigios de la presencia de puentes romanos que no fueran de piedra. Lógicamente, debieron existir algunos ejemplares lígneos que no se nos han conservado ni han dejado ninguna constancia documental, como ocurre, sin embargo, para algunos puentes construidos por el ejército de César sobre el Segre durante la guerra civil, por ejemplo. También es lógico pensar que hubo ejemplares intermedios que tendrían las pilas de piedra y una pasarela de madera, como es frecuente todavía en ámbitos rurales, pero, si esto fue así, no nos ha quedado ninguna fuente documental o arqueológica que lo atestigüe con rotundidad. De la misma forma, los puentes en ladrillo se encuentran ausentes de Aragón, mientras que si los hay en otros territorios que estuvieron dentro de la órbita de Roma.
El material en el que están construidos los puentes romanos en Aragón, la piedra, no es en ningún caso acarreado de grandes distancias, sino que, como es normal en este tipo de obras, se extrae de la cantera más cercana. El tratamiento de los sillares y, por lo tanto, del aparejo corre paralelo a esta diversidad, mostrándose bastante dispar según los casos y dependiendo, fundamentalmente, de la importancia objetiva de la obra y del tipo y bondad del material sobre el que se pueda trabajar.
De forma independiente al tipo de piedra y trabajo de la misma, el despiece de los arcos es de gran calidad. No es infrecuente la combinación de aparejos rústicos para los muros de los pretiles, tímpanos y contrafuertes con arcos cuyo dovelaje está cuidado y perfectamente conseguido. Hay que tener en cuenta que estos arcos debían, a veces, cubrir grandes luces que no constituían, en la mayoría de los casos, un fin en sí mismas, sino que venían forzadas por necesidades derivadas de la forma de cimentación o por el uso; pensemos, por ejemplo, en ríos con rellenos inestables en sus cauces que comprometen la cimentación de las pilas y que aconsejan utilizar el menor número de ellas posible, obligando a los arcos a alcanzar mayores luces. También los ríos navegables, como el Ebro en la antigüedad, fuerzan estructuralmente a los puentes a tener, por lo menos, un arco de considerables proporciones para permitir el tráfico fluvial, como ocurriría, sin duda, en el ejemplar cercano a Celsa .
Las enjutas de los arcos varían mucho en su tratamiento, dependiendo del tipo de puente —sobre una vía principal, marginal, etc.—; en cualquier caso es posible destacar la buena factura generalizada de las conexiones entre estos elementos y el trasdós de los arcos.
Las pilas presentan en casi todos los ejemplares defensas aguas arriba, que en Aragón y por lo hasta ahora conocido son siempre triangulares, como en el caso del puente de Luco de Jiloca, por ejemplo. Un elemento diferenciador importante con respecto a puentes posteriores, que tienden a ser tomados por romanos con relativa frecuencia (sobre todo del siglo XVI), lo constituye el hecho de que estas defensas, en el caso de llegar a tapar parte de la boquilla de los arcos, lo hacen adosándose sobre ellos y no formando un mismo cuerpo con dovelas salientes que traban y se incluyen en el aparejo del paño mural de los tajamares.
Aguas abajo, las pilas suelen presentar contrafuertes adosados o trabados —que en los puentes se denominan espolones— de planta rectangular o, más raramente, semicircular. Una característica común a tajamares y espolones en época romana es que éstos suelen terminar hacia la altura del arranque de los arcos o poco más arriba —nunca sobre la cota de los riñones del arco—, a diferencia de otros ejemplares de cronología más tardía, particularmente medievales, que utilizaron estos refuerzos laterales de los puentes como apartaderos de la vía y, por lo tanto, llevaron su culminación hasta la misma.
El tipo de cimentación sobre el que se asientan es fundamental para los puentes, sobre todo en cuanto a la duración en el tiempo de los mismos. Estas fábricas deben soportar presiones de muy diferente índole: por un lado, el peso mismo de la obra y aquel que pueda producir el tránsito; por otro, las presiones laterales —desiguales normalmente— que provocan la descarga de los arcos, las presiones transversales ejercidas por el agua, sobre todo en períodos de riada y, por fin, la misma erosión del agua que puede socavar las estructuras. Así, las formas de cimentación varían mucho en cada caso, adaptándose a las necesidades y a los condicionamientos del terreno. Siempre que se podía se intentaba construir sobre roca y, si ésta no era accesible, se utilizaban diversas técnicas, dependiendo de la calidad del suelo, variando desde simples zapatas embutidas en el terreno a más o menos complicados sistemas de pilotaje lígneo —para la contención de rellenos poco estables— que continuaban en estructuras pétreas para las pilas.
Es muy poco lo que sabemos sobre las formas de cimentación de los puentes romanos aragoneses. Serían precisas excavaciones para analizar este extremo, actuaciones que no se han realizado en ningún caso.
La forma de construcción de los puentes también es muy variable, dependiendo de la importancia de la obra y de las condiciones naturales de la ubicación. En general, se puede decir que los tipos de construcción se reducen a dos: en seco y dentro del agua. En el primer caso se trata frecuentemente de puentes encajados en estrechas gargantas rocosas, que no precisan de la inclusión de pilas en el propio río, de cursos de agua con períodos de estiaje muy prolongados que pueden aprovecharse para la construcción, o que pueden desviarse del cauce para realizar la obra a pie seco. En el segundo de los casos, la fábrica se acomete desviando alternativamente la corriente de agua a un lado y otro del cauce, construyendo las pilas directamente en el agua o utilizando ataguías.
Los motivos que llevaron al deterioro, destrucción y eventual desaparición de algunos ejemplares fue muy variado. En primer lugar hay que tener en cuenta la ubicación de los puentes sobre caso de cursos de agua tan irregulares como los nuestros. Además de estos factores hidrológicos, hay que contar con las limitaciones constructivas del período que produjo estas obras; principalmente, estas limitaciones se centraban en los problemas de cimentación. En realidad, existían algunas ocasiones en las que era imposible encontrar un estrato estable sobre el que afincar las pilas: de cualquier manera, en época romana no había forma de saber cuál era la conformación del suelo, salvo lo estrictamente superficial, por lo cual era frecuente que estratos poco estables quedaran debajo de las cimentaciones y provocaran, a la corta o a la larga, la ruina del puente.
La técnica constructiva romana perduró durante muchos siglos. Puentes con técnicas típicamente romanas se han estado construyendo hasta hace muy poco tiempo, con lo cual muchas veces es bastante difícil precisar correctamente la datación de un ejemplar, sobre todo en el caso de que se trate de alguna obra marginal o de escasa entidad.
El continuismo edilicio y tipológico hace en muchos casos inservible cualquier análisis que se intente abordar desde estos dos enfoques metodológicos. Hasta tal punto esto es así que una gran cantidad de ejemplares, que siempre han sido clasificados como romanos, están pendientes de un estudio detallado centrado en otros criterios de análisis que puedan ser más reveladores en cuanto a la datación que los tradicionalmente aplicados, como los metrológicos o —en el caso de obras de cierta complejidad— los de trazado teórico arquitectónico.
Así, el catálogo de puentes romanos aragoneses está repleto de lagunas y no exento de dudas. Siguiendo una ordenación alfabética, podemos considerar que merecen un estudio detallado para su reclasificación diecisiete fábricas: el puente llamado de las Aguas, en Bierge (Huesca), sobre el río Alcanadre; el de Alberuela de Laliena (Huesca), sobre el Isuela; el del Algar, en Huerta de Vero (Huesca), sobre el Vero; el existente en el camino de Alquézar a Barbastro (Huesca), también sobre el Vero, de tres arcos, con una luz central de 18,9 m. y uno de los arcos menores rebajados, que será probablemente producto de una refacción; el del Batanar, en Bierge (Huesca), sobre el río Isuela; el del camino viejo de Bierge a Abiego (Huesca), también sobre el Isuela y que presenta tres vanos con tajamares triangulares en las pilas; los escasos restos del de Castejón del Puente (Huesca), sobre el río Cinca, ejemplar importante que contaría con más de veinte arcos con una luz media de unos 15 m.; el llamado del Diablo, en el embalse de Mediano (Huesca), sobre el Cinca, fábrica de una sola arcada de 29 m. de luz, con dos arquillos-aliviaderos gemelos que perforan los tímpanos; el de Laspuña (Huesca); el del Diablo, en Olvena (Huesca), sobre el río Ésera; el de Selgua (Huesca), sobre el Cinca; el de Paracuellos de Jiloca (Teruel), sobre el Jiloca, de tres arcos; el de Rubielos (Teruel), sobre el río Mijares, de un solo vano; el de Botorrita (Zaragoza), sobre la Huerva, con un solo vano de 9 m. de luz; varios puentes cercanos al yacimiento romano de Los Bañales, en Uncastillo (Zaragoza), y el de Maluenda, (Zaragoza), sobre un barranco.
En otros casos, las antiguas referencias bibliográficas que atestiguan la existencia de puentes romanos en algunos lugares nunca podrán ser comprobadas, puesto que estos ejemplares han desaparecido, como en el caso del puente de El Grado (Huesca), sobre el río Cinca, o el que existía sobre el Gállego en las proximidades de Zaragoza y junto al puente metálico que servía a la antigua salida de la carretera Zaragoza-Barcelona.
En otras ocasiones, la pertenencia a época romana está asegurada, el menos para el origen de los ejemplares, como en el caso de doce fábricas: el puente Fornillos, en Chibluco (Huesca), sobre el río Flumen, en cantería de buena factura, con un solo vano de 6 m. de luz; el de la Peña o Cacaviello, en Triste (Huesca), sobre el Gállego y en la actualidad sumergido en el embalse de la Peña —muy deteriorado, pero todavía recuperable—, obra de un arco principal flanqueado por tres laterales, que fue reparado en múltiples ocasiones, una de ellas en el siglo XI por orden de Ramiro I; el de Pertusa (Huesca), sobre el río Alcanadre; el de Calamocha (Teruel), sobre el Jiloca, obra pequeña pero muy cuidada, de un solo arco de 6 m. de luz; el de Luco de Jiloca (Teruel), sobre el río Navarre, obra de tres vanos desiguales que provocan en la rasante de la vía un perfil alomado, con arquillos de aligeramiento en las pilas, lo que hace de este ejemplar —dado su buen estado de conservación— un prototipo bastante clásico que algunos autores datan como republicano, mientras que otros lo fechan en el siglo I d.C.; el de Almada, en Villarreal (Zaragoza), sobre la Huerva, con un arco de 8,6 m. de luz que no completa el medio punto y que, en su estado actual, debe ser producto de una reconstrucción; el de Bilbilis, cercano a Calatayud (Zaragoza), sobre el Jalón, puente que ha desaparecido totalmente —salvo unos apoyos en la roca cercanos al barrio de Huérmeda, al suroeste del antiguo Municipium Augusta Bilbilis—, pero que resulta imprescindible para las comunicaciones de la ciudad, por lo que su hipotética ubicación ha sido propuesta por varios autores; el de Celsa, mencionado por Estrabón (III, 4, 10), cercano a la actual Velilla de Ebro (Zaragoza), sobre el Ebro, localizado recientemente y a la espera de un estudio detenido, que debió ser un ejemplar importante si tenemos en cuenta que el río en esta zona tiene ya un caudal considerable y era navegable en la antigüedad hasta Vareia, ya en tierras logroñesas; el de Cucalón (Zaragoza), sobre la Huerva, con un solo vano de 7 m. y tres fases constructivas bien definidas; el de Piedra, en Zaragoza, sobre el Ebro, del que ya nada queda a la vista que sea antiguo, salvo, con toda probabilidad, el emplazamiento, cuya alineación parece coincidir con el kardo de la Zaragoza romana, quizá la cimentación del actual ejemplar sea antigua, pero la determinación de este punto precisaría de unos estudios todavía no realizados; el de los Pontarrones, en Villadoz (Zaragoza), sobre la Huerva, del que se conserva sólo un bloque de argamasa, y el de Villahermosa (Zaragoza), también sobre la Huerva, en el que se distinguen dos épocas constructivas, a la segunda de las cuales —que no es antigua—corresponde la construcción de su único arco, escarzano, de 7,07 m. de luz.

• Bibliog.:
Beltrán Martínez, A.: «Puentes romanos de Luco de Jiloca y Calamocha»; Caesaraugusta, 4, 1954, pp. 190 y ss.
Burillo Mozota, F.: «Hallazgos pertenecientes a época romana imperial en el Campo Romanos»; Caesaraugusta, 41-42, 1977, pp. 139 y ss.
Fatás Cabeza, G.: «Para una biografía de las murallas y puente de Piedra de Zaragoza según las fuentes escritas hasta 1285»; Hom. al Profesor J. M. Lacarra, II, Zaragoza, 1976, pp. 305 y ss.
Fernández Casado, C.: Historia del puente en España. Puente romano; Madrid, s. a.
Liz Guiral, J.: Puentes romanos en el Convento Jurídico Caesaraugustano; Zaragoza, 1985.
Lostal Pros, J.: Arqueología del Aragón romano; Zaragoza, 1980.
Martín-Bueno, M.: Aragón arqueológico. Sus rutas; Zaragoza, 1977.


Imagen de los restos actuales 


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