Laspuña a través de
La historia (Antonio Solanilla Buil)
Artículo publicado en el año 1997 en el número 3 de la
revista Sobrarbe del CES
Laspuña es un altivo y
resplandeciente poblado que está situado en una atalaya sobre el río Cinca,
debajo de la Peña Montañesa, siendo la primera puerta de entrada al auténtico
Pirineo de Sobrarbe en el valle del Cinca. De allí hacia abajo está el
prepirineo y después el Somontano.
Tiene actualmente sobre 220
habitantes y consta, además, de la aldea de Ceresa y del caserío de
Socastiello. Su término municipal es de los primeros en extensión de la provincia
de Huesca.
Una de sus características
geográficas más llamativas es la variedad de microclimas y terrenos que lo
componen. Así pues, en su término encontramos desde prados alpinos y hayedos
hasta viñas y algún pequeño cultivo de olivos; pasando de masas forestales de
alta montaña a cagigares, cultivos de cereal, pastos, huerta y el soto fluvial
de la ribera del río Cinca.
Su localización geográfica a la entrada del
Pirineo y la variedad de los terrenos de su término son los que le confieren su
riqueza agro-ganadera, caza y pesca, y la que le confiere su idiosincrasia, que
ha sido el eje a través del que ha girado toda su historia a lo largo de los
siglos.
Tenemos que decir para concluir
con los referentes de su localización que no es ni un centro geográfico ni ha
sido tampoco un centro histórico, comercial, de comunicaciones, industrial o
religioso como lo han sido, en Sobrarbe, Aínsa, Boltaña, Bielsa o San
Victorián, respectivamente.
Ha sido exclusivamente un
asentamiento que ha explotado sus recursos en una zona de paso y, por ello, es
un enclave que ha vivido expectante, asomado desde su balcón, a lo que pasaba
en el fondo del valle por donde discurre el eje de comunicaciones del Cinca,
bien hacia arriba, Bielsa o Francia, bien hacia abajo, Aínsa o la tierra baja.
También ha sido importante para
su historia, sobre todo en las guerras, el acceso que tiene por detrás de la
Peña Montañesa hacia el valle de Plan y hacia el de Campo y Benasque.
Si me pongo a soñar, sueño que si
hubiera vivido a lo largo de todos los siglos apoyado en la barandilla de la
plaza, debajo de una gran acacia que hay, asomado en ese balcón natural hacia
el valle del Cinca, habría podido comprobar cómo el pueblo de Laspuña ha
presenciado a lo largo del tiempo el subir y bajar por el valle de gentes y
personajes de todo tipo: cazadores de osos prehistóricos que venían de Revilla,
romanos con esclavos que traían hierro fundido de Bielsa, visigodos que se
batían en retirada, árabes que subían cargados de cerámicas, Iñigo Arista que
venia de Bigorra con sus huestes de francos hacia Araguás, católicos y vascos
que venían a por madera para los barcos que conquistaban América, broyas
(brujas) que huían de la Inquisición, franceses que nos invadían, partidas de
guerrilleros que iban y venían, el general Prim que buscaba a mosén Bruno
Fierro, carlistas, republicanos que defendían heroicamente la Bolsa de Bielsa,
maquis idealistas engañados, o, recientemente, Fraga Iribarne como ministro de
turismo que subía a Pineta a cazar sarrios.
Ese sería un recorrido rápido por la historia
del valle que el poblado de Laspuña hubiera presenciado, a vista de pájaro,
desde su morada privilegiada.
Pero ésa sería la historia
general del país que, pasando por nuestra tierra a lo largo del tiempo, cada
hecho, cada época, dejaría su impronta en la historia del pueblo.
Aparte de esa historia general,
Laspuña tiene su historia local, la de nuestros antepasados y familiares, con
nombres y apellidos, que han vivido aquí, que han construido nuestro pueblo y
han trabajado nuestros campos.
Una historia anónima que parte
desde la nada, la fundación del primitivo asentamiento, hasta lo que es ahora,
llena de esfuerzos, sufrimientos y progresos. He intentado en estas páginas
escudriñar tanto en la historia general del país que tiene que ver con el
pueblo, como en su historia anónima y local que sólo es nuestra, obviando
solamente la actualidad reciente que se convertirá en historia para otras
generaciones.
Hasta ahora sólo sabíamos la
historia del pueblo que nos habían contado nuestros abuelos cuando éramos
pequeños y nos cuidaban en las tardes de invierno, sentados en la cadiera del
fogaril. Ellos nos contaban siempre las mismas cosas. Primero, aquellas
fantásticas leyendas que decían que, en un principio, el pueblo estaba en La
Valle, donde el Campanal, y que pasó una peste muy fuerte de la que sólo
sobrevivieron dos abuelas, viéndose obligadas a huir fundando el actual
emplazamiento. También nos contaban que en Santa Mela había una princesa mora
enterrada con siete ollas de doblones de oro a su cabeza, y todo el mundo que
se ponía a escarbar en aquella colina, al cabo de un rato, aparecía
misteriosamente en el fondo del valle sin encontrar nada. O que el Sarrato
Batalla se llamaba así porque hubo una gran batalla con gran mortandad, pero un
invierno te decían que aquella batalla era entre moros y cristianos y otro invierno
que fue una batalla contra los carlistas que se refugiaron en La Valle.
De estas historias fantásticas
nuestros abuelos olvidaban algunos siglos y de ahí se pasaban siempre a nuestra
guerra civil. Con reservas y cautela, pero para que nadie olvidara, te narraban
cómo una noche bajaron los maquis que estaban en los Pozos, tomaron el pueblo y
sus alrededores e iban de casa en casa pidiendo alimentos. Amén de ir a por el
alcalde o por el cura, el cual, al intentar escaparse, saltó por una ventana y
se rompió la pierna. Los maquis lo cogieron, lo curaron y no le hicieron nada.
También dicen que en alguna casa entraron a pedir alimentos pero subieron a la
cocina y se sentaron para hacer confidencias.
Las narraciones de la guerra civil eran
reiterativas con el exilio en Francia, el paso del Puerto de Bielsa, los campos
de refugiados, las benevolencias de los franceses, los bombardeos, la retirada,
los ajusticiamientos de los Aguiluchos, la represión de los vencedores, que si
quemaron esta casa, que si mataron a fulano por esto y a mengano por aquello,
en esta casa mataron a tantos y en la otra a otros tantos. Historias tristes
para aquella noche fría y de piedra que duró cuarenta años. El pueblo que no
conoce su historia se empobrece y despersonaliza.
Cuando yo era adolescente pensaba
que mi pueblo no tenía otra historia que la que me habían contado mis abuelos.
Intentar saber más allá de eso lo veía imposible. Laspuña no tenía pintas de
tener la historia que parecían tener otros pueblos. Ibas a Aínsa para la feria
y sólo con ver la plaza y el castillo ya entendías que aquella villa, que no
pueblo, tendría su historia. En San Victorián había un monasterio casi en
ruinas que denotaba mucho. En Barbastro, la inmensidad de su catedral te
abrumaba con el peso de toda la historia que aquella ciudad debía tener.
Laspuña por no tener, no tenía ni
una iglesia con torre como tenían todos los pueblos. Debía de ser medio
imposible descubrir la verdadera historia de este pueblo.
Pero después descubrimos en
nuestra niñez que en Ceresa había un castillo antiguo, pues, bueno, algo habría
pasado en el lejano remoto en esta tierra. Más adelante te enterabas de que
Laspuña sí había tenido una vieja iglesia con torre como todos los pueblos,
pero en la guerra civil, en la defensa de la Bolsa de Bielsa, instalaron allí
los republicanos una ametralladora y los nacionales, para acallarla,
bombardearon la torre desde Muro de Vellós hasta que la tiraron.
Así empezabas a descubrir que tu
pueblo tenía una historia por descubrir, sólo había que encontrar el hilo del
ovillo y empezar a tirar.
La dificultad comenzaba con la
falta de vestigios arqueológicos que otros pueblos de los alrededores tenían, y
continuaba con la ausencia de fuentes documentales del pueblo, bien por su poca
importancia en la historia comarcal y regional o por la quema y destrucción de
los archivos en las sucesivas guerras hasta la última.
Ante el persistente interés y la
búsqueda continuada durante algunos años, de sorpresa en sorpresa ante la ignorancia,
el panorama actual nos demuestra que existen más fuentes documentales e incluso
vestigios arqueológicos y arquitectónicos de lo que se podía pensar en un
principio. Existen diversos portales y ventanas fechados en distintas épocas:
Casa Gabás (ventana: siglo XVI, portal: siglo XVII), Casa Aguilar y Casa Barón
tienen un portal de iguales características (esta última del año 1805, la otra
sin fechar), las puertas de la calle de Santa Catalina son todas del mismo
tipo, la de Casa Trini con escudo y fecha del siglo XVII ...
Respecto a las fuentes documentales,
Laspuña aparece en la colección de documentos del Monasterio de San Victorián,
en el Archivo de la Corona de Aragón, protocolos notariales, libros del siglo XVIII
y XIX, etc....
PrehistoriaEn la
obscuridad de los tiempos, cuando nacieron los continentes, Laspuña estaba
recubierta de un inmenso mar. Se han encontrado fósiles marinos en los
alrede-dores de la Peña Montañesa que así lo demuestran. Los excursionistas que
ascienden el pico de la Peña por su cara norte a través de lo que debió de ser
un antiguo glaciar, si de paso que van haciendo la ascensión, se van fijando en
el suelo podrán encontrar alguno de estos fósiles.
Laspuña es una meseta propia para
la agricultura y la recolección, con presen-cia de agua abundante, cercana a
bosques con caza (donde hasta hace muy poco hubo osos) y abrigos naturales y
cercana a un río con pesca. Además posee un clima templado. Por todo ello,
pensando en la época del hombre prehistórico, todo nos hace pensar que pudo ser
un sitio propicio para el primer hombre.
Sabemos que el Sobrarbe estuvo
poblado en aquella época. Como vestigios más conocidos tenemos el Dolmen de
Tella y las cuevas de Revilla. Por ello no me parece descabellado pensar que
también pudo haber presencia en Laspuña. Tal vez pudo existir un poblado
errante o con asentamientos, bien en cuevas, abrigos o construido en el mismo
lugar o en otro diferente del poblado actual. Existe la posibilidad de estudio
de cuevas inéditas que tal vez estuvieran habitadas. Ya Lucien Briet iba detrás
de ello y las tenía localizadas, pero no pudo explorarlas cuando visitó
Laspuña. Por otra parte, a pesar de no haber estudios ni prospecciones de
profesionales sobre la materia, se ha encontrado en Ceresa, cerca de un
enterramiento de fosas recubiertas con lajas (de probable origen medieval), un aro
de la edad de Bronce
Época romana .Tenemos que dar un salto por encima de las
civilizaciones ibera y celta, ya que no existen vestigios conocidos en el
término municipal, para llegar a la época romana. En la Enciclopedia Aragonesa
existe una cita1 que habla de la presencia de restos de un puente romano en el
término de Laspuña, en concreto, en el río Cinca.
Efectivamente, allí está si vamos
a verlo, sobre una gran roca, los restos de lo que sería un pilar que formaría
parte de los ojos de un puente. Debajo hay una badina de agua donde, hasta que
construyeron la piscina municipal, se bañaban en verano los niños del lugar,
sin saber que dos mil años de historia les contemplaban.
Es bien conocida la presencia
romana en Sobrarbe: Tierrantona (Tierrantonensis o tierra de Antonino), Boltaña
(Boletania) donde ha habido hallazgos romanos...
Así el panorama romano de
Sobrarbe nos hace pensar que habría una vía de comunicación por el valle del
Cinca de Boltaña a Bielsa, vía de comunicación en la que estaría este puente
para pasar de uno a otro lado del valle. Y eso quiere decir que, o bien en este
lado del valle había un asentamiento hacia el que cruzaba el puente, o bien comunicaba
con otras vías de comunicación o explotaciones agrícolas o forestales del
término de Laspuña. Todo son deducciones, pues en Laspuña, a comparación de
otros sitios de Sobrarbe, no ha habido hallazgos arqueológicos de época romana
ni se sabe de fuentes documentales.
Época visigoda En esta época Sobrarbe sufre, probablemente,
la primera invasión franca, en el año 260 de nuestra era, cuando ésta llega
hasta el valle del Ebro, acabando la dominación romana en nuestra tierra. Es
probable que el origen toponímico actual de Laspuña pudiera provenir de los
francos, pues en el otro lado del Pirineo existe un poblado llamado L´Espone y
ya la primera mención escrita que existe de nuestro pueblo es el año 1085
(Colección del monasterio de San Victorián) como “Illas Sponnas”, nombre muy
coincidente con el anterior.
Siguiendo la datación cronológica de los
sucesos comarcales que nos pudieran afectar durante esta época, señalaremos que
en el año 409 hubo una nueva invasión de pueblos germanos. Otros datos a tener
en cuenta de la presencia visigoda en la comarca es la acuñación de moneda
visigoda que hubo en Gistaín (años 586-601) y en Boltaña (años 610-612)(Fuentes de los datos M.ª Angeles Magallón
Botaya. Enciclopedia Aragonesa. Apéndice II. 2 Antonio Beltrán. Heraldo de
Aragón. 22 de junio de 1980).
También de esta época, aunque con
numerosas dudas al respecto, es la fundación del monasterio de San Victorián en
los años 507-511, llamado entonces monasterio de San Martín. Monasterio que
tuvo mucha repercusión en toda la comarca y que tenía una vía de comunicación
principal con los valles de Bielsa y Gistaín, pasando por el monasterio de
Badaín, que atravesaba el término municipal de Laspuña por Ceresa. Camino
antiguo que permaneció hasta nuestros días y que posteriormente se llamaba
Camino Real.
En las fuentes literarias del
siglo XVIII que hablan de aquella época, sobre la vida de San Victorián
(“columna de luz que por el desierto del Pirineo guía a los devotos”, “sol
escondido entre la espesura de los montes de Aragón, cuyas nobles cimas son en
todo privilegiadas a los influjos de su patrocinio”, “sol que descollaba entre
los demás astros” etc...), de dudosa consistencia, nombran a Fuente Santa (“en
el término del lugar de la Espuña”) como lugar de paso y de milagros del Santo.
Precisamente se llama Fuente Santa, porque,
según la leyenda, el Santo que estaba en aquel lugar: “caminando con algunos
compañeros, que se le habían agregado en Francia, por las montañas, y entre
robustos troncos, antes de llegar al monasterio de San Martín de Asán, que
buscaba en las selvas, fatigado y sediento, hirió con su báculo en la tierra,
en el término del lugar de la Espuña, a cuyo golpe brotó una fuente de frescas
y cristalinas aguas que hoy se conservan con el nombre de Fuente Santa, que,
como la tradición dice, era agua tan clara y limpia como la conciencia de los
que tienen fe en Dios.
Época árabe Los árabes invadieron la península en el año 714
y ya en el 720 habían invadido el valle del Cinca.
Se sabe a ciencia cierta que los
árabes llegaron hasta las crestas pirenaicas y que incluso pasaron a Francia,
sobre todo en Sobrarbe, que era un valle abierto geográficamente, donde,
además, se fundó un distrito con Boltaña como capital, dependiente de
Barbastro, con su propia dinastía familiar de jefes.
Fueron, probablemente, los árabes
los que bautizaron al río Cinca con su nombre actual llamándolo “Zinga” (según
L. Argensola), al igual que hicieran con otros ríos de nuestra tierra como el
Alcanadre y el Guatizalema.
Según las leyendas medievales, los sarracenos
destruyeron el monasterio de San Victorián y los monjes se refugiaron en el
monasterio de Santa Justa. Pero también llegarían allí éstos, destruyéndolo.
Probablemente, la dominación del
valle de Gistaín sería efímera y éste pasaría a depender inicialmente del
condado de Ribagorza. Ello justificaría la aparición de los insurgentes en los
valles más inaccesibles. Los grandes historiadores dicen que la invasión árabe
en nuestra tierra fue más bien una dominación que no conllevó más que la
obligación de pagar tributos a la nueva estructura militar y política.
Estas insurgencias fueron el
motivo de las campañas militares de Almanzor y Abd-al Malik por nuestras
tierras, correrías de castigo que conllevaron gran destrucción y muerte.
Todas estas noticias que
afectaron a nuestra comarca, afectarían, sin duda, a nuestro pueblo. Pero
noticias concretas de Laspuña de aquella época no tenemos ninguna. Solamente
recordar que hemos oído decir muchas veces que en Ceresa existían los restos de
una antigua tejería, y como sabemos, los árabes fueron los que introdujeron ese
arte en nuestra tierra.
Edad
Media Desde la ocupación árabe hasta 1085, pasó una época oscura en
nuestro pueblo y comarca de la que poco sabemos. Lo más que sabemos es por las
leyendas de las reconquistas de los cristianos apoyados por los francos. En la
batalla de Aínsa por Garci, Jiménez, según La Morisma, no se nombra para nada a
Laspuña, ni aun a San Victorián. En cambio, hubo un suceso, también legendario,
que pudo afectarnos o que, por lo menos, hubiéramos podido contemplar apoyados
en el balcón de nuestra plaza, debajo de la antigua acacia. Fue el paso de
tropas francas que, al mando de Iñigo Arista, procedentes de Bigorra, pasaron
por nuestro valle guiados por una saeta de luz blanca, en forma de cruz, sobre
el azul del cielo, que les señalaba dónde estaban las tropas cristianas
acorraladas por las sarracenas, y el sitio a donde les guió fue a Araguás,
donde se libró una gran batalla que ganó este caudillo de la Reconquista.
Como datos definitivos de
interés, hay que decir que, en los años 1017-18, Sancho el Mayor de Navarra
reconquistó definitivamente Sobrarbe fortificándolo, y que el año 1071 el
monasterio de San Victorián ya estaba refundado. Con ello acababa
definitivamente la ocupación árabe.
Es en el año 1085, el primero en
el que existe la primera mención escrita de Laspuña, en el documento 253 de San
Victorián (colección Martín Duque) y después también en el año 1137, y en ambos
se le nombra como “Illas Sponnas”. Son escrituras de las propiedades de unas
viñas que el monasterio poseía en nuestro término.
Los primeros documentos que
nombran a Ceresa son en los años 1182 y 1195, también de la misma colección, y
son escrituras de bienes que el monasterio de Santa Justa tenía en Ceresa.
De esta época, siglo XII, es
probablemente la construcción del castillo de San Pelay. Construcción
religiosa, con funciones de vigía y defensa, construida en lo alto de una
colina bajo la que pasa el camino real que proviene de San Victorián y lleva
hacia Badaín, que ya hablamos de ello anteriormente.
Durante esta época y hasta 1285,
Laspuña pertenecía al obispado de Lérida Roda de Isábena. A partir de esta
fecha, el rey Alfonso III donó Laspuña al monasterio de San Victorián, lo cual
supuso pasar de un sistema feudal de una persona y con una administración
religiosa de un obispo, a una propiedad absoluta (tanto en lo económico, como
la propiedad de tierras y personas, con la potestad de la jurisdicción
espiritual y criminal) de los monjes y el abad que en lugar de depender del
rey, dependían directamente del Papa de Roma, con todo lo que ello suponía para
nuestro pueblo.
Es en el año 1228 en el que
aparece escrito el nombre de la primera persona que conocemos de Laspuña. Éste
era Ramón Castany y perteneció a una saga familiar de importancia en nuestra
comarca y aun a nivel nacional como más tarde veremos.
Parece ser que, en aquellos momentos, Laspuña
era un poblado agrícola propiedad de esta familia, con una estructura feudal.
“Familia de pequeña nobleza local, que ni siquiera tenía el título de
caballero”, pero que los hechos confirmaron su riqueza y poder pues compraron
parte del señorío de Bielsa, compra que les sirvió para así “comprar una
cuasi-nobleza”. Dicha compra fue confirmada por el rey Jaime I de Aragón. Jaime
II confirmó posteriormente esta compra a un sobrino del anterior, llamado de la
misma manera, asegurando así la fidelidad y el vasallaje de su subordinado, y
todo ello hecho según los “usos de Barcelona de manos y boca, colocando las
manos entre las del señor y besándolo, como símbolos de paz y entrega
personal”.
Al subir al trono Pedro IV, Ramón Castany de
Laspuña (otro descendiente), envió a su procurador, Domingo de Elsón, vecino de
Aínsa, para renovar su fidelidad y homenaje al monarca. De la misma manera se
hizo ante Alfonso IV en 1328.
El sucesor de Ramón Castany en el
siglo XIV fue Rodrigo Díaz, al cual el rey le reclamó en la conquista de
Mallorca con un caballero armado. Este Rodrigo con el tiempo llegaría a ser
consejero y vicecanciller del rey, además de doctor en leyes.
Como vemos, este linaje de los
Castany, partiendo de Laspuña y empezando de la explotación de sus tierras,
llegaron lejos. Son los primeros, pero no los últimos, de la historia del
pueblo que, nacidos en alguna casa de nuestro lugar, cogieron la alforja y el
camino del “Empalme” para llegar a algo.
Todo ello está en los documentos
de Cancillería, del archivo de la Corona de Aragón, y entonces Laspuña ya se
escribía Laspunya. (Fuentes de los datos,
Inventario Histórico Artístico de Huesca, G. Guatas y otros. 7 A. Ubieto.
Historia de Aragón. “Los Pueblos y despoblados”. 8 V. Bielza de Ory y otros.
Estudio historiográfico y geográfico de Bielsa).
Nuestra región sufrió en el siglo XIV tres
epidemias de peste negra durante los años 1348, 1361 y 1371, que, si afectaron
también a nuestro pueblo, como suponemos, supondría una gran merma en el
número de habitantes del poblado. Aún así, Laspuña tenía en el primer censo
poblacional que se hizo en Aragón en el año 1429, 23 fuegos, los mismos que
tenía cuando se hizo el de 1488
.
Edad Moderna En 1495 Laspuña pertenecía a la sobrecullida de
Barbastro (especie de provincias de aquella época) y era del monasterio de San
Victorián, como señorío eclesiástico.
Precisamente es en esta misma fecha en la que
se menciona por primera vez el poblado de la “Cuadra de Tierrantona”, que
estaba en nuestro término y que pertenecía a San Victorián. Poseía 32 fuegos en
1495 y los mismos en 1609. Se despobló entre 1711 y 1833.
Nunca hemos tenido noticias de su
existencia, ni referencias de posibles restos. Si es que estuvo en nuestro
término, su localización es una incógnita y un buen reto. Tampoco sabemos por
qué motivos se despobló.
El siglo XVI se caracterizó en nuestra comarca
por un gran desorden social, caracterizado por la rebelión de los pueblos
contra sus señores feudales, el bandolerismo y la inseguridad en los caminos,
la proliferación del anticatolicismo, los temores de una invasión de Francia,
los cambios administrativos y de propiedad de la tierra; en resumen, un siglo
de inestabilidad y cambios.
En los años 1500, 1554 y 1576
hubo luchas, incluso armadas, entre los concejos y los señores en casi toda la
comarca. La rebelión en 1585 en el señorío de Monclús acabó con la destrucción
total del palacio o fortaleza de este señor y el paso de su propiedad a la
corona.
Laspuña era propiedad del señorío
eclesiástico del monasterio de San Victorián y estaba dentro del obispado de
Lérida. También nos afectaron a nosotros los cambios. En 1571 interviene Felipe
II en la desmembración del monasterio y Laspuña deja de pertenecerle, pasando a
ser del obispado de Barbastro.
Entiendo yo que esta fecha de
1571 es, para nosotros, histórica, pues pasamos de una estructura feudal, en la
que todo pertenece al abad, tierras y personas, y pasamos a depender de un
obispo, pero sólo en la administración de lo religioso. Es un tema que habría
que estudiar en profundidad para saber cómo fue exactamente. Pero, a resultas
de todo ello, pudo ocurrir que las tierras pasaran a los pequeños campesinos y
como propietarios se crearan los minifundios característicos de la montaña que
han llegado a nuestros días.
Es decir, es posible que muchos de nosotros
poseamos ahora tierras por los cambios que hubo en aquella fecha histórica.
Como sabemos, esto no ocurrió en todos los sitios igual, sobre todo en la
tierra baja, donde se conservaron los latifundios, algunos de los cuales han
llegado hasta nuestros días. Como ejemplo tenemos las propiedades de la Duquesa
de Alba, o la de Villahermosa.
El campesinado empezaba a ser
libre, porque además de poseer su propia tierra, la jurisdicción criminal que
tenía sobre él el abad desapareció, pasando a depender de la justicia
ordinaria.
Esto es posible que ocurriera así
en líneas generales, pero con seguras excepciones y lagunas, o fechas no
claras, pues hay protocolos notariales de mediados de siglo sobre juicios en el
pueblo, en los que actúa la justicia ordinaria y no la del monasterio. Bien
porque ya no la tuviera, bien porque en los casos que fuera la religiosa se
inhibía en favor de la ordinaria.
En 1526 ocurrió el siguiente
milagro: “En el mismo año de 1526, un niño hijo de Juan de Mont e Inés de
Asase, estando en su cuna jugando con una paja y espiga de centeno, se la
tragó: estuvo este niño 15 días con el evidente riesgo de ahogarse, ¡qué se
podía pensar!, y como no se hallase remedio para su salud y vida, lleváronlo
sus padres a Ntra. Sra. de Badayn, y aquí arrojó el niño la espiga por los
riñones con admiración de todos. Era este niño del lugar de Espuña: consérvase
en cera dicha espiga entre otras presentallas de la capilla de Ntra. Señora. Consta por acto
testificado por el notario Domingo Saila, notario público”
Esa era la cara religiosa de aquella sociedad
que necesitaba milagros para creer y poner a través de la religión orden en la
sociedad. Porque la historia que viene a continuación es la otra cara de la
moneda, la del herejismo, libertinaje (o libertad) que generaba desorden o
desobediencia contra las férreas estructuras sociales existentes, y queda claro
por las invenciones falsas de muchos hechos:
Corría el año 1544, cuando se
reunió el Concejo de “Laspunya” con un justicia ordinario y un procurador, con
el motivo de realizar un juicio público de acusación de brujería, en las
personas de Granada Sánchez, una tal Jaimeta y otras dos mujeres del pueblo,
acusadas de ser “broyas”, es decir, brujas, y de haber cometido los siguientes
delitos:
Haber anieblado los trigos de Pera y las
hortalizas de algunos huertos, haber matado un buey en “Socastiello” con artes
brujeriles, tener relaciones sexuales con el “boc (buco o macho cabrío) de
Biterna (región francesa del otro lado de los Pirineos)”, así como de realizar
correrías y fechorías por Belsierre y Muro de Bellos.
Lo de anieblar los trigos y
hortalizas, o matar un buey no sé si estaría en lo posible de hacerse. Pero lo
de mantener relaciones con el “boc de Biterna” no lo acabo de entender, pues no
sé cómo pensaba aquel sospechoso tribunal que estas mujeres podían ir y volver
de Francia con el estado de carreteras de aquella época. Bueno, si iban en
escoba se podría justificar.
Todo hace sospechar que aquel
falso ajusticiamiento tendría que ver con la necesidad de crear fantasmas de
anticlericalismo, quitarse personas de en medio (además de mujeres
contestatarias) que molestarían por ir en contra de las ideas establecidas, o
como ha ocurrido en otras épocas, venganzas personales en un pueblo de 32
fuegos, donde siempre hay alguién que envidia lo del vecino. Y así con la
vergüenza de un ajusticiamiento público y el horror de la muerte en la plaza
del pueblo quemadas en una hoguera, al estilo de la época, todo el mundo
tomaría ejemplo y sería sumiso y servil con las autoridades del momento. Ya se
sabe, el fuego purifica y además es de caridad cristiana que la muerte sea
rápida y segura.
El Dios de los infiernos debía
estar enfurecido porque el final de siglo fue duro para estas tierras: En 1561
vinieron unos años de fuerte bandolerismo, en 1563 pasó por aquí una epidemia
de peste negra que lo debió dejar todo desolado, en 1588 el Condado de
Ribagorza entabló una guerra contra Felipe II, éste invadió Aragón en 1591, y
en 1592 los bearneses invadieron parte del norte de Aragón, invasión que aunque
la sufrió más directamente el valle de Tena tuvo efecto en nuestra comarca por
ser fronteriza con Francia.
Fruto de esta época de
bandolerismo y guerras fue la fortificación de la comarca. En 1595 Felipe II
manda al mismo arquitecto de la ciudadela de Jaca reconstruir el actual
castillo de Aínsa. El monasterio de San Victorián construye una muralla con
torres que lo cierra y rodea. Pueblos y múltiples casas fuertes se fortifican.
La invasión de Aragón por Felipe
II y la invasión de los bearneses nos afectó de la siguiente manera: a
instancias del Justicia Mayor de Aragón (Juan de Lanuza, que sería mandado
decapitar por el rey) todos los justicias locales reclutan tropas entre los
mozos de los pueblos para frenar la invasión castellana. En concreto los mozos
de nuestro pueblo y de Sobrarbe formaron compañías que se acantonaron primeramente
en Barbastro para defender Zaragoza, pero todo se desarrolló tan rápido que
estas no llegaron a pasar de Barbastro, pues aquí ya recibieron la noticia de
la victoria de los castellanos y nuestros mozos tuvieron que ponerse al
servicio ahora del rey, el cual, ante la inminente invasión de los franceses,
los mandó a defender los puertos de Bielsa, Plan y Gistaín, además de socorrer
a los del valle de Tena. La presencia de las tropas castellanas de paso
acabaron con el bandolerismo y con la rebelión de Ribagorza. Finalmente se
estableció el nuevo orden en nuestra tierra con el poder absoluto del monarca.
El precio de todo ello para nuestra tierra fue el final de la independencia de
Aragón frente a Castilla y la decapitación y sumisión de nuestra libertad y
mayor institución: el Justicia de Aragón.
El siglo XVII fue un siglo de
auge y progreso para nuestro pueblo. Fue el siglo en el que se desarrolló parte
de la actual configuración del pueblo. Prácticamente todas las casas de la
calle Santa Catalina y de la calle Alta son de este siglo. Eso hace pensar que
el pueblo creció o se expandió por allí, aunque hubiera previamente alguna casa
aislada, como casa Gabás. El grueso de las casas actuales de la calle San José,
calle Mayor, Barrioviejo y Calliza son del siglo XVIII (el otro siglo de
definitiva configuración urbanística del pueblo) y posteriores.
El siglo comienza bien en su
primer año: El año 1600 se reúne el Concejo de Laspuña y pacta con el maestro
Pedro Bauberie, picapedrero, la construcción del Molino, que se destruiría en
la década de 1960 para edificar las viviendas de la actual central eléctrica.
Este maestro construyó también la
iglesia de Ceresa (1602) y con seguridad la actual de Laspuña. Su verdadero
nombre era Pedro Pedenos de Sant Bobiri.
Le encargaron la apertura de la
acequia moliniar (aún existente hoy día) y la destrucción de una gran piedra
por la que debía discurrir y que impedía el paso del agua, hasta que pasaran
dos muelas (medida aragonesa de caudal de agua). Después debía construir “una
casa de piedracalso para molino y haya dos cacabas con sus buenas bueltas”. Los
cárcavos debían tener 14 palmos, le ordenaban dejar en las bóvedas “los
aguxeros necesarios para los árboles de las ruedas, en la pared de la dicha
casa y ventanas para los canales”. Como constructor debía dejar todo bien
preparado para que después alguien instalara la máquina del molino.
Existe una “Capitulación y
concordia, hecha y concordada, entre los jurados y Concejo del lugar de Laspuña
y Pedro Bauberie, piedrapiquero residente de presente en Laspuña”. En este
contrato se nombra a dos hombres (uno de cada parte), y al Justicia para que
valoren el trabajo que el maestro va haciendo y la cantidad de dinero que vale
el trabajo que hace. Al final de la obra le pagarán el resto. El Concejo le
facilita la mano de obra necesaria y le promete pagarle 1.100 sueldos jaqueses.
Hay otros datos que hacen pensar
en el auge económico y de desarrollo del pueblo a principios del siglo XVII
además de la construcción del molino y la iglesia de Ceresa. El pueblo pasa de
32 fuegos a final del siglo anterior, a 40 vecinos en el año 1610, según el
censo del geógrafo portugués Joan Bautista Lavaña, que pasó por Laspuña el 21
de diciembre de ese año en su itinerario por el reino de Aragón.
Seguramente el auge económico de
esta época, que coincidía con el que tenía en esos momentos el Imperio, se
debía fundamentalmente al inicio de las explotaciones forestales de nuestros
bosques, además de la liberación que tuvimos del señorío eclesiástico del
monasterio de San Victorián a finales del siglo anterior, pues éste arruinaba
al pueblo con el cobro del diezmo de las cosechas y demás impuestos religiosos.
En 1634 tenemos noticias de la
presencia del pueblo en una gran procesión que hubo desde Badaín hasta el
pueblo de Sin con motivo del traslado de las reliquias de San Esteban que tenía
esta iglesia. Según el Padre Faci: “fueron trasladadas las dichas reliquias de
San Esteban a la parroquial de Sin, en procesión general en dicho día 1 de
agosto de 1634 con concurso y cruces de Ntra. Sra. de Badayn, de los pueblos de
Sin, la Espuña, Ceresa...”
La segunda mitad de siglo, a pesar de la decadencia
que hubo en la nación, aún fue fructífera para nuestro lugar: se construyó la
actual iglesia parroquial dedicada a la Virgen de los Dolores y la ermita de Fuente Santa. En ésta, la casa del ermitaño
está fechada en 1681 y el epitafio de la fuente mandado construir por el rector
de Laspuña en 1692.
En la segunda mitad del siglo
XVII hubo un gran cambio climático en España, que pasó de una época de intensos
fríos a una época de calor y gran sequía que produjo mucha ruina en la
agricultura. Así pues no es de extrañar que coincidiera con el auge de la
devoción a San Victorián construyendo la ermita, lugar de romería para la
petición de lluvias al Santo.
El final de este siglo debió de ser calamitoso
para nuestra comarca, además de las sequías, hubo una epidemia de peste
epidémica en 1652, una epidemia de langosta en 1690, así como numerosas guerras
con Francia y con Cataluña que debieron influirnos. El pueblo pasó de 40
vecinos a principios de siglo a 32 en 1646, y a 23 vecinos a principios del
siglo siguiente.
El siglo XVIII parecía que
empezaba bien para Laspuña, pues el Gobierno central mandó construir una
carretera a La Valle para la explotación forestal de ésta en plan masivo. La
madera era para tablazón y mástiles para los barcos de la marina española que
estaba muy necesitada por el tráfico marítimo con las colonias de América,
África y Asia. Pero poco después comenzaba la guerra de sucesión de la corona a
la muerte de Carlos II “El Hechizado”. Aragón y Cataluña tomaron parte por el
Archiduque Carlos, que fue el perdedor de esta guerra. Hubo campañas militares
por nuestra tierra que se dirigían hacia Cataluña. Cerca de Aínsa hubo una gran
batalla.
Felipe V de Farnesio, el vencedor y futuro
rey, mandó reconstruir la iglesia de San Victorián donde se construyó un
panteón para los reyes de Sobrarbe.
Con las reformas administrativas
de Felipe V, Laspuña pasa a formar parte del Corregimiento de Benabarre el año
1711, situación que duró hasta 1833.
En 1794 Laspuña es visitado por
un militar, el teniente visitador D. Bartolomé López, en una inspección del
Pirineo, preparando la fortificación de éste de cara a la guerra de la
Convención contra Francia. Los pueblos de nuestra comarca tenían la misión de
defender los puertos de nuestros montes con el país vecino. Esta guerra acabó
el año 1795.
En su paso por Laspuña hace la siguiente
descripción: “y pasando por un mal puente (no consta que existiera entre el
mesón de Puértolas y Laspuña ningún puente de fábrica de piedra de pie, el que
hubo se lo llevaría alguna riada, por lo que el viajero cruzaría por alguna
palanca o puente de maderos), dejando el Cinca (...) pasamos por el lugar de la
Espuña, que está en alto: tiene 50 vecinos con el anejo de Ceresa. Este es el
lugar último por este lado que hay olivos y viñas: trabajan también la madera,
pues la hay en su término y de ella se ha llevado a Cartagena por el Cinca por
cuyo río la sacan (...) sacándolas sueltas de los trechos hasta reunirlas y
atándolas en el río forman las almadías: las llevan a Tortosa”.
Cuatro años más tarde el
economista Ignacio de Asso da la siguiente noticia de Laspuña: “Don Juan de
Goyeneche puso corriente el corte de maderas para mástiles, tablazón y demás
obras de navíos en los montes de España, que tocan el valle de Bardaxí, de
donde los acarrean en distancia de 3 leguas hasta el río Cinca”. No es la
primera vez que un vasco-navarro viene por aquí para trabajar en explotaciones
forestales.
También a finales de este siglo
paso por aquí otro visitador de importancia, pero esta vez religioso y erudito
que se llamaba Traggia. Está por estudiar las anotaciones y noticias que dejó
sobre nuestro pueblo.
Cómo no, en este siglo también
hubo epidemias en nuestro territorio: en 1747 hubo una epidemia de fiebres
catarrales que produjo gran mortandad en todo el valle del Cinca, y otra de pestilencias
en el año 1793. Puede que fuera la primera la causante del despoblamiento de la
Cuadra de Tierrantona en nuestro término, pues coincide con fechas, causa y
censos poblacionales. Además entroncaría con esa leyenda que nos contaban
nuestros abuelos, que Laspuña estaba antes situada en otro lugar pero vino una
peste que mató a todo el mundo salvo dos mujeres que se salvaron y escapando de
la peste refundaron Laspuña en el lugar actual.
De todas maneras, aunque el tema no está
estudiado a fondo, hay que decir que ni el geógrafo J. Bautista Lavaña, ni el
visitador militar Bartolomé López, a su paso por Laspuña, dan cuenta de la
existencia de esta Cuadra de Tierrantona.
La población en el siglo XVIII
evolucionó de una gran disminución a principio de siglo (23 vecinos en 1713 y
16 en 1717 y 1722) seguramente debido a las epidemias, guerras y pobreza en la
agricultura y economía de finales del siglo XVII a un rápido aumento a finales
del siglo (16 vecinos en 1787, 50 en 1794 y 54 en 1797) debido al auge de la
explotación maderera de los bosques de La Valle, lo que hizo atraer el asentamiento
de familias a nuestro pueblo. En estos últimos años se debieron construir
muchas casas en el pueblo, que dieron la configuración básica a lo que es hoy.
Edad Contemporánea La edad moderna acaba con el inicio de la
Revolución Francesa que cambió los pilares de la antigua cultura europea a
finales del siglo XVIII (1769), iniciándose la Edad Contemporánea. De todas
maneras estos cambios culturales poco o nada se dejaron notar en nuestra nación
donde seguían anclados los valores tradicionales del Imperio decadente, de
Dios, Patria y Rey.
Así empezamos el siglo XIX que
empieza, cómo no, de manera desastrosa con una guerra, la de la Independencia.
Poco iba a durar el progreso de final del siglo anterior que hubo en nuestro
pueblo. Si a finales del siglo XVIII Laspuña tenía 54 vecinos, ya en 1845 sólo
volvía a tener 16 vecinos. Ello fue debido a la nueva guerra con los franceses,
con toda la pobreza y miseria que tienen las guerras con el pueblo, y a una
gran epidemia de cólera-morbo que hubo en el año 1833, además de las guerras
carlistas. También pudiera ser esta epidemia la que acabó con el poblado de la
Cuadra de Tierrantona.
En 1808 aún Laspuña pertenecía al
Corregimiento de Benabarre, de donde dependíamos administrativamente.
En el inicio de la guerra se
forma la Junta Suprema de Aragón, al mando de Palafox, que decide reclutar
voluntarios y armar al pueblo. Se formaron tercios y compañías que se
dirigieron, unos a defender los pasos fronterizos con Francia y otras a
socorrer la ciudad de Zaragoza que estaba sitiada. En Benabarre se formó el
Tercio de los Tiradores de la Ribagorza, donde suponemos que irían a alistarse
los mozos de Laspuña, saliendo así de su tierra, pues las compañías que
quedaron a defender los pasos fronterizos fueron las formadas en los valles de
Vió, Bielsa, Plan y Gistaín, que dependían del Corregimiento de Barbastro (aunque
algunas de ellas también fueron a socorrer a Zaragoza).
Como sabemos estas compañías de
voluntarios estaban formadas por campesinos sin formación militar, sin
uniformar y apenas armados, muchos de ellos sin armas y otros con escopetas de
caza. Estas compañías se enfrentaron con un verdadero ejército, mucho mayor en
número, con experiencia y formación militar y bien pertrechados de armas,
uniformes, botas y ropa de abrigo. Casi todo de lo que carecían los nuestros.
El ejército francés consiguió inicialmente
dominar toda la margen izquierda del Ebro hasta los Pirineos. En nuestra
comarca los franceses tenían su base de mando en Aínsa, y nuestra comarca era
zona de paso de provisiones para su ejército en Barbastro. Los franceses iban
por los pueblos reclutando gente y confiscando bienes, amén de realizar
represalias contra los sospechosos de apoyar a las guerrillas que abundaban por
el Sobrarbe y que incomodaban constantemente a los invasores.
Había compañías itinerantes de
guerrilleros en nuestra comarca que se movían constantemente de un sitio para
otro, con el apoyo del pueblo, y que tuvieron fuertes enfrentamientos con los
franceses, en concreto en Samitier, Palo y Pano.
Tenemos noticias de Laspuña en el
año 1845-50 en el diccionario de Madoz, que la describe así: “Lugar con
ayuntamiento al que está agregado Escalona, frío en invierno y caluroso en
verano. Lo castigan los vientos del norte, propenso a constipados y dolores de
costado.
80 casas incluida el ayuntamiento con cárcel.
3 calles y dos plazas. Una escuela de primeras letras con 30 niños dotada de
1.100 reales.
Anejo de Ceresa. 2 fuentes de
buena calidad (la del Canal que surte molino harinero y la de Barrioviejo sobre
la carretera que cruza el Cinca). 3 ermitas destruidas: San Andrés, San Pelayo
y Sta. Eulalia conocido por Fuente Santa. 2 ríos, el Cinca y el Irués o Ijuez,
le cruza un puente llamado de Irués. El Cinca lo cruza un puente. Existen 2
partidas llamadas Fornos y Napinals con grande prado natural. Otra partida
Carrical (en la montaña) que produce excelentes pastos y hierbas medicinales de
las que se surten muchos botánicos.
En el Estacho se construyó en el
año 1700 por cuenta del Gobierno una gran carretera para extraer el arbolado
que se empleaba en la marina.
PRODUCCIÓN: trigo, cebada,
escalla, judías, maíz, cáñamo, patatas, vino, frutas y hortalizas. Ganado
lanar, cabrío y de cerda. Caza de perdices, liebres, conejos y en la montaña
muchos osos. Pesca de truchas muy delicadas en los dos ríos.
INDUSTRIA: picar madera, 2 molinos harineros,
hornos de pez.
COMERCIO: conducción de maderas
picadas por el Cinca. 2 tiendas de abacería. POBLACIÓN: 16 vecinos, 98 almas.
CONTRIBUCIÓN: 5.101 reales y 22
mrs.”
A mitad de siglo parece que el
pueblo se recupera, pues ya en 1857 tiene 500 habitantes (A.Ubieto) y en 1861
tiene 550 (López Novoa), esta última cifra será la récord para todos los
tiempos pues nunca el pueblo tuvo, ni tendrá, tantos habitantes.
La segunda mitad del siglo XIX
transcurre con una epidemia de cólera morbo en 1865-85 que disminuye el censo
en 100 habitantes, además de formación de juntas revolucionarias,
levantamientos republicanos, primeras elecciones generales, golpes de estado...
Algún mozo de este pueblo tuvo que hacer la mili y aún participar en la guerra
de Cuba.
Por estas fechas vive mosén Bruno
Fierro que estuvo de cura en Banastón y Saravillo. Tenía relación con el cura
de Laspuña y con las casas de Botiguera y Monclús. Llampayas, escritor catalán
afincado en nuestra tierra a principio del siglo XX, escribe un cuento en el
que todos estos personajes tienen una serie de peripecias en la abadía de
Laspuña. Fue sobre 1868 cuando mosén Bruno Fierro refugió al general Prim que
había huido por estas tierras y le ayudó a pasar la frontera.
El 3 de abril de 1886 nació en
Laspuña, en casa el Herrero, D. Ambrosio Sanz Lavilla, único personaje ilustre
considerado como tal en este pueblo. Fue fundamentalmente teólogo e
historiador. Licenciado en Derecho Civil y Filosofía y Letras. Doctorado en
Derecho Canónigo y Teología por la Universidad de Comillas. Perteneció un año a
la Compañía de Jesús. Ecónomo de la parroquia de Cerler. Capellán del obispo de
Ciudad Real. Canónigo de la catedral de Barbastro. Profesor del Seminario de
Barbastro. N.º 1 en las oposiciones a capellán de la armada. Publicó: “Jitismo
en la cruz” (Comillas, 1947), “Historia de la cruz y el crucifijo” (Palencia,
1951), “Santuarios y ermitas marianos de la diócesis de Barbastro” (Barbastro,
1953). Algún artículo sobre el monasterio de San Victorián.
En estos años (1861) Laspuña
pertenecía al Arciprestazgo de Boltaña, siendo un curato de segundo ascenso.
Siglo XX El año 1960 el ayuntamiento decide construir el nuevo
cementerio (la parte vieja, ya derruida, del actual), bien porque el que había
al lado de la iglesia, en la actual plaza de abajo, se había quedado pequeño,
bien porque en una visita que realizó el intelectual Lucien Briet por aquí lo
criticó por estar encima de las corrientes subterráneas que dan lugar a las
fuentes del Canal y de Peguntero. Así se evitaban contaminaciones.
Lucien Briet nos volvió a visitar el año 1911,
se hospedó en casa del Herrero, Sr. Sanz, entonces juez de paz del pueblo,
reconocido en toda la comarca por su profesión de herrero. L. Briet describe el
pobre estado del puente, como una estrecha pasarela, donde había una niña que
cobraba 50 céntimos por persona y animal de carga, en concepto de peaje,
obligatorio únicamente para aquellas personas que no residían en la localidad.
Entonces Laspuña, incluida Ceresa (9 fuegos), el Casal (4 fuegos) y
Socastiello, contaba con 120 casas y 448 habitantes. También visitó Fuente
Santa, relatando que entonces se iba allí tres veces al año en romería: el 12
de enero (día del Santo), el 8 de mayo y el 2.º domingo de septiembre.
La primera década de este siglo
debió ser floreciente, pues el censo pasó de 448 a 502 habitantes en 1916, que,
según la enciclopedia Espasa, tenía además 244 edificios en total. Produce
cereales, vino, cáñamo, frutas... Fábrica de cucharas, molinos de harina,
ganadería.
La escuela actual se construyó el
año 1914. Se hizo una fiesta de inauguración en el pueblo, en la que leyeron
sendos discursos el cura y el alcalde. El maestro había preparado también su
discurso, pero no se lo dejaron leer por ser republicano. Este maestro se
llama, porque aún vive a pesar de haber nacido el año 1889, D. Joaquín Vispe,
oriundo de Gistaín, fue pionero en nuestro pueblo en cuestiones pedagógicas.
Fue el primer maestro que llevaba a sus alumnos de excursión al campo a
explicar lecciones de naturaleza. Los padres se enfadaban porque tal cosa no se
había visto nunca y además venían los chicos a casa con los pantalones y
alpargatas rotas. Formó un equipo de fútbol con los mayores de la escuela que,
supongo, jugarían contra los niños de otros pueblos. Se conserva una foto de
tal equipo, algunos de cuyos alumnos aún viven.
La guerra civil (1936) truncaría
la vida de aquellos niños, muchos de los cuales murieron en el campo de
batalla, unos fueron fusilados por defender sus ideas, otros vivieron en el
exilio y los menos pudieron gozar de la vida cotidiana en la época franquista.
Al maestro lo inhabilitaron y se tuvo que ir a trabajar de peón de albañil al
país vasco, en la última época franquista se le rehabilitó.
El levantamiento militar del
general Franco aplastó al gobierno republicano elegido democráticamente por el
pueblo, destruyendo aquella frágil democracia, asfixiada por los poderes
fácticos, el capitalismo salvaje y la religión por un lado, y por el otro las
ansias de revolución de los pobres y oprimidos.
La mayoría del pueblo, ajeno a
ideologías y sólo preocupado por sobrevivir, se vio obligado a sufrir una
guerra que no deseaba y que les obligaba a luchar en frentes opuestos a
hermanos, amigos y vecinos, exacerbados por las propagandas de cada bando que
desarrollaban el odio mutuo para aniquilarse.
La mayor parte de Aragón se
mantuvo fiel a la República, constituyéndose en frente de guerra durante casi
toda la contienda.
En el avance de las tropas
nacionales al llegar a Sobrarbe se toparon con un frente de resistencia
constituido por lo que se llamó la Bolsa de Bielsa. Laspuña estaba exactamente
en la frontera de esa Bolsa. Así las tropas nacionales estaban situadas en Muro
de Vellos y las republicanas en Laspuña, en la zona de los Montiellos, las
Corveras y Viñas.
Cómo los nacionales no pudieran
entrar en esta bolsa que iba de Laspuña a Pineta por un lado, y de Laspuña al
valle de Gistaín (por detrás de La Valle) por otro, los nacionales siguieron su
avance hacia Benasque y Lérida quedando aislada esta bolsa de resistencia. Los
republicanos con su perfecta organización de vanguardia, avituallamiento,
comunicaciones y retaguardia con hospital incluido, fueron visitados por el
Presidente de la República, el Sr. Negrín, que aterrizó con una avioneta en los
llanos de Pineta, para apoyar moralmente aquella heroica resistencia y prometer
envío urgente de municiones y material militar que se acababa. Como tales
refuerzos no llegaron nunca, dado que el Gobierno francés no permitió el paso
de dicho material por su territorio, los republicanos debieron desistir en la
defensa y replegarse retirándose a Francia.
Durante la guerra civil los
habitantes de nuestro pueblo tuvieron que desalojar el poblado marchando
mayoritariamente a Francia a través del nevado puerto de Bielsa (sólo quedaron
algunos ancianos), conociendo allí los campos de refugiados o el acogimiento de
los franceses en algunas casa particulares (haciendas agrícolas). Unos pasaron
de allí a Barcelona, zona republicana, otros por Irún a la zona nacional.
Al final de la contienda los que
decidieron volver y se les dejaba, siempre que no tuvieran delitos de sangre y
no hicieran apología de sus ideas, volvieron encontrándose con sus haciendas
saqueadas o destruidas. Debieron empezar la vida de nuevo en la época de
escasez que se avecinaba. Hay que reconocer que en nuestro pueblo la mayoría de
la gente, vencedores y vencidos, hicieron lo posible por olvidar y convivir en
paz mutuamente. De hecho el alcalde franquista de aquella época dio muestras de
bondad y equidad no distinguiendo a las personas más que por sus cualidades
personales, obviando las ideas de cada uno. Él era el máximo responsable local,
junto con el cura, de elaborar los informes sobre las personas que la autoridad
militar solicitaba.
Entonces empezó la gran noche de
la dictadura, el racionamiento, los maquis que se instalaron en los Pozos y que
fueron engañados y vencidos, el estraperlo, la Guardia Civil merodeando los
domingos por los campos para obligar a la gente a ir a misa, los
encarcelamientos, los trabajos forzados, etc... hasta que los regímenes nazis
de la II Guerra Mundial, aliados de Franco, perdieron y los aliados obligaron a
Franco a suavizar su régimen. Pero entonces la dictadura ya se había instalado
y la represión estaba hecha
En esta época destacó como personaje relevante
el cura Monclús, capellán castrense que parece ser tuvo relación directa con
Franco, y que hizo lo que pudo por nuestro pueblo. A él le debemos el actual
reloj de la torre de la iglesia.
En el año 1950 Laspuña tenía 468
habitantes. La década de los años 60 se caracterizó por el éxodo rural hacia
las grandes ciudades en busca de una vida mejor coincidiendo con la expansión
económica del país. Fue en esta década cuando se construyó la central eléctrica
y el embalse de Laspuña. Este éxodo conllevó el despoblamiento de nuestros
pueblos, muchos llegaron a desaparecer. En 1970 Laspuña tenía 391 habitantes y
en 1978 descendió a 345. Actualmente tiene sobre 220 habitantes.
Laspuña no fue de los pueblos del
Sobrarbe que más sufrió la despoblación, y debido a su riqueza forestal
progresó en muchos aspectos: se arreglaron las calles del pueblo empedrándolas,
se construyó la red de vertidos, se instaló el alumbrado público, se arregló la
iglesia y los jardines, etc...
Es meritorio destacar la
instalación de una escuela de bachiller inferior, además de las escuelas
públicas, que con el esfuerzo de los maestros y sacerdotes fue la semilla de la
formación profesional y de estudios superiores de las primeras generaciones de
jóvenes de esta época. Gracias a ello ya no sólo podía estudiar el que tuviera
medios sino también los que sin tenerlos se esforzaban o tenían interés.
A finales de los años 60, coincidiendo con el
declive agrícola, vinieron los primeros turistas en las vacaciones de Semana
Santa y verano que configuró un cambio en la economía del lugar. Habían
desaparecido del pueblo las fábricas de alpargatas, cucharas, hornos de pez,
explotación del cáñamo. Las explotaciones agrícolas y ganaderas disminuyeron, convirtiéndose
muchas de ellas en economías de complemento “al jornal” en empresas estatales
(ICONA, RENFE, ELÉCTRICAS, AYUNTAMIENTO, ...), en empresas privadas de
explotación forestal, o complemento de los ingresos turísticos. Se había
iniciado la época actual.